Deforestación en Brasil
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La deforestación en Brasil es uno de los grandes problemas ecológicos que el país enfrenta en la actualidad. Según el científico Ronaldo Hernández, la deforestación causa problemas ambientales en todo el mundo. No solo afecta a las quienes viven en ese lugar, si no a todo el mundo. Varias son sus causas, y tienen peso distinto en las diversas regiones, siendo las más importantes la conversión de las tierras para la agricultura o para la ganadería, la explotación maderera, la usurpación de tierras, la urbanización y la creación de infraestructuras como puentes, carreteras y embalses.[1][2] El estado del Mato Grosso es el más afectado por la deforestación, seguido por el de Pará y Rondônia.[3]
Desde que el hombre llegó al actual territorio de Brasil, hay miles de años, comenzó a producir impacto ambiental en ciclos repetidos de deforestación. Los cambios climáticos también deben haber provocado importantes reajustes en la composición forestal de amplias regiones, pero el conocimiento del proceso en épocas tan anteriores es muy incompleto.[4][5][6][7] A partir de la conquista portuguesa en 1500 los datos comienzan a ser más abundantes, atestando que muchas florestas cayeron, especialmente en el litoral, para retirada de maderas y uso agropecuario de la tierra. Desde aquel entonces el problema se ha agravado profundamente.[5][8] Se estima que el país tenía originalmente el 90% de su área cubierta por formaciones forestales variadas, el restante estaba constituido de campos,[9] pero en 2000 la proporción total había bajado al 62,3%.[1] Regionalmente la situación es aún más preocupante. Algunos biomas tuvieron reducciones muy importantes, especialmente la Mata Atlántica, una de las florestas más ricas en biodiversidad del mundo, de la cual hoy resta menos del 13%, y en estado altamente fragmentario, lo que acentúa su fragilidad.[10]
Desde los años 70 la deforestación viene ganando creciente evidencia en los medios de comunicación y viene sido combatido por un creciente número de personalidades insignes, entre las que figuran científicos, artistas, filósofos, juristas y educadores de mérito ampliamente reconocido, desencadenando una vasta polémica pública que los últimos años se exacerbó de manera intensa.[11][12] En toda parte se multiplican las investigaciones científicas y las iniciativas independientes para un desarrollo ecológicamente seguro,[12][13] el gobierno ha invertido muchos recursos en el sector y tiene grandes planes para el futuro,[3][14] pero eso ha sido considerado muy poco para asegurar un cambio definitivo en dirección a la sustentabilidad, y el gobierno ha sido duramente criticado por desencadenar retrocesos graves en varios niveles que anulan las ganancias.[1][12][15][16] Según datos de la FAO anunciados en marzo de 2010, los años anteriores el Brasil venía presentando una clara tendencia de reducción en la tasa anual de pérdidas, y redujo el área desmatada en 20 años. Sin embargo, continúa siendo líder mundial, seguido por la Indonesia y de Australia,[17][18] y en 2013 el ritmo de la devastación volvió a crecer rápidamente, perdiéndose los avances conquistados en la década pasada en el control del problema.[19][20][21] Ciertas áreas como la Selva Tropical del Atlántico se han reducido a solo el 7% de su tamaño original.[22] Aunque se han realizado muchos trabajos de conservación, pocos parques nacionales o reservas aplican las medidas de manera eficiente.[23] Alrededor del 80% de la tala en el Amazonas es ilegal.[24]
La deforestación no es un impacto ambiental aislado. Está íntimamente conectado a otros daños ecosistémicos, como la polución, la invasión de especies exóticas y el calentamiento global, reacciona con ellos y esa integración los refuerza mutuamente, generando efectos negativos mayores del que prouce la simple suma de sus componentes, efectos que son muchas veces irreversibles.[5] El problema es grave en Brasil, tiene raíces culturales antiguas y profundas y muchas ramificaciones, produce serios perjuicios ecológicos, sociales, económicos y culturales, y no parece estar cerca de una solución definitiva, enfrentando gran presión de sectores conservadores y del agronegocio.[1][8][12][25][26][27] Los especialistas que lo estudian afirman que son necesarias medidas mucho más enérgicas de combate, que lleven en consideración los datos científicos antes que los intereses políticos y económicos, y que incluyan una educación de la sociedad en gran escala, pues gran parte del problema deriva de la escasa información del público en general, especialmente de las poblaciones más pobres, sobre la decisiva influencia de sus hábitos y formas de pensamiento en la degradación de las florestas y de todo el medio ambiente, y sobre las repercusiones negativas en ancha escala que de eso derivan, en perjuicio tanto de la naturaleza como de la calidad de vida de las personas.[1][5][12]