Período de las grandes migraciones
período en la historia de Europa entre los siglos IV y VI / De Wikipedia, la enciclopedia encyclopedia
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La investigación histórica del siglo XIX y principios del siglo XX agrupaba bajo la expresión «invasiones bárbaras» o «grandes invasiones» a los movimientos migratorios de las poblaciones germánicas, hunas y otras, desde la llegada de los hunos al este de Europa central hacia 375 hasta la de los lombardos en Italia en 568 y la de los eslavos en el Imperio romano de Oriente en 577. En la investigación histórica contemporánea, los diferentes idiomas europeos han renunciado al sustantivo «invasiones» y al adjetivo «bárbaras», prefiriendo expresiones como «migración de pueblos» o «período de migraciones» (Völkerwanderung, en alemán, Migration Period, en inglés). En español y francés aun se usa, por conservadurismo lingüístico (el principio de la «menor sorpresa»), la expresión «invasiones bárbaras» no con una connotación peyorativa, sino en referencia al barbaricum, palabra con la que los escritores de la Roma Antigua se referían a lo que estaba fuera de su imperium (imperio); sea como sea, las divisiones históricas son ante todo concepciones mentales y se basan en convenciones.[1]
Se ha sugerido que esta página sea renombrada como «Invasiones bárbaras». |
Estos movimientos migratorios tuvieron lugar durante la Antigüedad tardía y en algunos casos (por ejemplo, la invasión mongola de Europa) se repitieron en la Edad Media. Pueden haber llevado a la salida de las poblaciones autóctonas, a su asimilación cultural o a su subyugación a los recién llegados, pero a la inversa, los nativos también pudieron romanizar y cristianizar a los llamados reinos «bárbaros» (como en los casos de visigodos, francos y lombardos).[2]
Según los enfoques transdisciplinarios que relacionan la historia y el estudio de los paleoambientes, una de las causas de esos movimientos podría haber sido la serie de degradaciones climáticas que se dieron en la zonas templadas de Eurasia a partir del siglo IV y que terminaron en el siglo X con el «embellecido del año 1000».[3] Lejos de reducirse a un evento único y continuo, fue un proceso en el que diferentes poblaciones, que se formaron y modificaron bajo la influencia de múltiples factores, surgieron en oleadas sucesivas en el Imperio romano, menos afectado en términos de clima y productividad agrícola, afectando a la práctica totalidad de Europa y a la cuenca del Mediterráneo, marcando la transición entre la Edad Antigua y la Edad Media, un ciclo histórico de larga duración, que se conoce con el nombre de Antigüedad tardía. Pero en un sentido más amplio, en Asia también causaron la caída o desestabilización de grandes imperios consolidados, como el Imperio sasánida, el Imperio gupta o el Imperio chino.
Los grandes movimientos migratorios europeos comenzaron mucho antes de que los germanos invadieran el Imperio romano. De hecho, en la segunda mitad del siglo II, cuados, marcomanos, lombardos y sármatas aparecieron en el Danubio e invadieron las provincias de Recia, Nórico, Panonia y Mesia. También lo hicieron en el siglo III alamanes y francos, que invadieron conjuntamente la Galia, vándalos y sármatas, que llegaron a Panonia, y jutungos a Italia. Durante las décadas de 250-260, bandas de godos se aventuraron cada vez más y devastaron las costas de Asia menor, así como la ribera derecha del Rin, antes de invadir los Balcanes y Grecia por tierra y mar. En 275, los godos, aliados con los alanos, invadieron nuevamente Asia menor, hasta Cilicia. Durante la década de 290, los godos se dividieron entre tervingios, que se dirigieron a la península de los Balcanes para establecerse en Transilvania, y greutungos, que se asentaron cerca del mar Negro, donde hoy se encuentra Ucrania. En 332, los godos que vivían cerca del Danubio obtuvieron el estatus de foederati, que los obligaba a proporcionar asistencia militar al Imperio. Casi al mismo tiempo, los lombardos abandonaban la región del mar del Norte para moverse hacia Moravia y Panonia. La migración de los godos fue de particular importancia debido a los eventos que provocó; en efecto la invasión en 375 de su territorio por los hunos, un enigmático pueblo o confederación de pueblos, cuyo desplazamiento secular hacia el oeste los empujó al interior del mundo romano.
A pesar de las dificultades de todas esas incursiones y de la guerra que debió afrontar simultáneamente contra los persas, Roma logró repeler política y militarmente cada uno de esos ataques.[He. 1] Sin embargo, la brutal invasión de los hunos cambio radicalmente el curso de los acontecimientos. El ejército romano había alcanzado entonces el límite de su eficacia y no pudo mostrar más flexibilidad. Este estado de cosas, así como el aumento de tamaño y fuerza de las tribus migratorias, fueron las dos principales características que marcaron los movimientos migratorios posteriores y los distinguieron de los de los siglos anteriores.[4]
Tras una breve «estabilización» en manos de algunos emperadores fuertes como Diocleciano, Constantino I el Grande y Teodosio I, el Imperio se dividió definitivamente a la muerte de este último en 395, dejándole a Flavio Honorio la parte occidental, con capital en Roma, y a Arcadio la oriental, con capital en Constantinopla. En 382 y en 418, se hicieron acuerdos entre las autoridades del imperio y los visigodos, permitiendo por primera vez a los godos establecerse en territorio romano. Los francos también recibieron esa autorización y luego recibieron, como «fœderati», la misión de proteger la frontera noreste de las Galias.
El invierno particularmente frío del año 406 permitió cruzar el Rin helado a grupos masivos de suevos y vándalos (junto con los alanos, un pueblo no germánico, sino iranio). Los emperadores de la época recurrieron a ficciones jurídicas como otorgarles el permiso de ingreso, bajo las condiciones teóricas de que deberían actuar como colonos y trabajar las tierras, además de ejercer como vigilantes de frontera; pero el hecho fue que la decadencia del poder imperial impedía cualquier tipo de dominio. Los invasores no encontraron obstáculo en su avance hacia las ricas provincias meridionales de Galia e Hispania. Los suevos se establecieron en la Gallaecia, fundando uno de los primeros reinos de Europa y los vándalos incluso cruzaron el estrecho de Gibraltar, tomando las provincias africanas y Cartago, desde cuyo puerto se dedicaron a la piratería amenazando las rutas marítimas del Mediterráneo occidental. El imperio tuvo que recurrir a los visigodos, los más romanizados de entre los germanos, para intentar recuperar algún tipo de control sobre las provincias occidentales. Los visigodos, en efecto, se impusieron a los invasores, pero únicamente para establecerse a su vez como un reino independiente (reino de Tolosa, 418) justificado en la figura jurídica del foedus.
Una nueva invasión fue protagonizada por Atila, el rey de los hunos. Tras acosar al Imperio romano de Oriente, que solo le enfrentó mediante una política de apaciguamiento, se dirigió a Occidente, donde una inestable coalición de romanos y germanos le venció en 451 en la batalla de los Campos Cataláunicos.
Después de la descomposición del imperio de Atila, nuevas oleadas de invasores ocuparon los territorios que ya solo nominalmente podían considerarse provincias romanas: desde mediados del siglo V, anglos, sajones y jutos, con costumbres muy diferentes a las romanas, desembarcaron en la Britania posromana, inicialmente como mercenarios para proteger a los britanos de los escotos y pictos y luego como conquistadores;[5] a comienzos del siglo VI, los francos y burgundios se adueñaron de las Galias, venciendo a los visigodos y desplazándolos a Hispania donde fundaron el reino visigodo de Toledo, compartiendo la península con suevos y vándalos, llegados antes. En la península itálica, la ficción de la pervivencia del Imperio había dejado existir desde 476, cuando los hérulos de Odoacro destituyeron al último emperador romano, Rómulo Augústulo (r. 476). Su dominio fue breve, pues se vieron acometidos a su vez por sucesivas invasiones instigadas por Zenón, emperador oriental: en 487 y 488 la de los rugios de Feleteo y Federico, que lograron rechazar; y finalmente la de los ostrogodos de Teodorico el Grande, que los derrotaron, quedando sitiado Odoacro en Rávena hasta su asesinato a manos del propio Teodorico en 493.[6]
La llegada de los lombardos a Italia y de los eslavos a los Balcanes constituyó el último episodio de las grandes migraciones.[7]
Este periodo vio el nacimiento en el suelo del tambaleante Imperio de Occidente de un nuevo orden político que subsistió en gran medida durante los inicios de la Edad Media y del cual emergieron gradualmente varios reinos germánicos (regna), que dejaron su huella en la cultura de Europa a lo largo de toda la Edad Media y que finalmente daran origen a los estados modernos.[8] Así, el reino de los francos se dividió, al final de la dinastía carolingia, en la Francia Oriental y en la Francia Occidental, antepasados de la Francia y la Alemania actuales; el reino de los visigodos permitió, durante la Reconquista, la formación de una identidad española, mientras que los anglosajones estuvieron en el origen del Reino Unido y el reino lombardo prefiguraba, en forma embrionaria, el estado italiano. En la mayoría de esos reinos en desarrollo, donde se hablaba una forma de latín cada vez más vulgarizada (excepto quizás en Gran Bretaña donde ya se había abandonado), los invasores germánicos pudieron encontrar un terreno común, que tomó diversas formas según el lugar, con los pueblos que habían conquistado. Sin embargo, eso no debe hacer perder de vista los cambios a veces dramáticos que tuvieron lugar al final de la Antigüedad tardía, ni la violencia que se ejerció sobre las poblaciones afectadas.
En esa época el Imperio continuó en Oriente, pero su interés por lo que estaba sucediendo en Occidente disminuyó mucho después de la muerte de Justiniano en 565, a pesar de la creación del Exarcado de Rávena y aunque la última posesión bizantina en Italia se mantuvo hasta 1071. Mauricio (r. 582-602) fue el último emperador que se involucró en Occidente y llevó a cabo una intensa actividad política allí. El Imperio de Oriente se centró, desde el principio del siglo VII, en la batalla defensiva contra los persas y los árabes en el este, y contra los ávaros y los eslavos en el noroeste, enfrentamientos que requirieron de todas sus energías. En el interior de los Balcanes, la multiplicación de los esclavenos (ducados eslavos que escapaban en su mayor parte a la autoridad imperial) y el establecimiento de Estados equivalentes a los reinos germánicos de Occidente (como el Primer Imperio búlgaro que federó a los esclavenos de los eslavos y a los valacos de los tracio-romanos) no dejaron al Imperio de Oriente más que las costas de la península, pobladas por griegos,[9] lo que contribuyó, bajo Heraclio, a borrar el carácter latino del Imperio, transformándose gradualmente en un estado definitivamente griego.[10]
Aunque las invasiones bárbaras que se produjeron entre el siglo III al VIII fueron las más importantes, también hubo otras invasiones que tuvieron su momento de mayor relevancia en torno al siglo IX y que generaron un período de gran inestabilidad e inseguridad en la Cristiandad latina.