Canon occidental
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El canon occidental es el corpus de obras de arte y literarias que han formado la denominada alta cultura en la civilización occidental.[5] Ya sea por su calidad, su originalidad, o por ciertos rasgos formales y temáticos, dichas obras han trascendido en la historia, arte y cultura occidentales, sin perder vigencia ni quedar obsoletos. Usualmente se identifica con las obras clásicas, consideradas como obra seminales.
- Real Academia Española. «seminal». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).</ref> Restringido a la literatura se denomina canon literario.[6]
El corpus de obras que forma el canon occidental comprende obras literarias y artísticas de cualquiera de las denominadas bellas artes (término que incluye a su vez a la poesía,[7] la danza[8] y la música[9] junto a las denominadas artes mayores —pintura,[10] escultura[11] y arquitectura—,[12] con exclusión de las llamadas artes menores). En las obras literarias no solo incluye la literatura artística o de ficción en todos sus géneros (poesía, teatro, novela —o épica, dramática y lírica—), sino los ensayos o tratados de cualquier disciplina (religión, filosofía, ciencias[13] —sociales, naturales o formales—) que se consideren de importancia trascendental.
Los dos pilares del canon literario occidental, que han suministrado la mayoría de sus tópicos culturales, son fundamentalmente los poemas homéricos y la Biblia,[14] sobre los que se apoyan los demás autores: un abundante número de clásicos grecolatinos (Hesiodo, Safo, Anacreonte, Píndaro, Esopo, Platón, Aristóteles, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Heródoto, Tucídides, Hipócrates, Euclides, Arquímedes, Plauto, Terencio, Cicerón, César, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Tito Livio, Estrabón, Plinio, Séneca, Marcial, Tácito, Plutarco, Apuleyo, Ptolomeo, Galeno),[15] algunos de entre los principales teólogos y místicos cristianos (Agustín, Aquino, Kempis),[16] una selecta tríada de italianos bajomedievales (Dante, Petrarca y Boccaccio)[17] y un grupo más heterogéneo y discutible de autores del renacimiento, el barroco y la ilustración (italianos, franceses, españoles, portugueses, neerlandeses —flamencos y holandeses—, ingleses, alemanes, suizos, polacos, suecos, etc. —muchos de ellos no tuvieron una nacionalidad marcada, o tuvieron varias—, escribiendo unos en latín, otros en lenguas vernáculas, muchos en ambas: Maquiavelo, Castiglione, Ariosto, Tasso, Vasari, Calvino, Ronsard, Rabelais, Montaigne, Rojas, Vives, Las Casas, Vitoria, Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Camoens, Erasmo, Vesalio, Moro, Lutero, Melanchton, Agrícola, Paracelso, Copérnico —siglo XVI—, Campanella, Galileo, Molière, Corneille, Racine, La Fontaine, Descartes, Pascal, Bayle, Bossuet, Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Calderón, Gracián, Arminio, Jansenio, Grocio, Spinoza, Huygens, Shakespeare, Bacon, Hobbes, Bunyan, Milton, Newton, Locke, Kepler, Leibniz —siglo XVII—, Vico, Goldoni, Beccaria, Montesquieu, Voltaire, Diderot, D'Alembert, Beaumarchais, Buffon, Lagrange, Lavoisier, Laplace, Berkeley, Hume, Pope, Swift, Defoe, Burke, Gibbon, Smith, Malthus, Winckelmann, Kant, Lessing, Goethe, Schiller, Rousseau, Euler, Linneo —siglo XVIII—),[18] mientras que para los siglos XIX y XX el consenso es mucho más difícil, dada la extraordinaria abundancia de producción literaria que se incorpora a la tradición occidental, ya no limitada a Europa occidental, sino extendida a la oriental (especialmente a los autores rusos)[19] y a todos los continentes extraeuropeos (coincidiendo con los procesos históricos expansivos de la Edad Contemporánea, como la revolución industrial, el imperialismo y la globalización); y sobre todo a causa de la cercanía, que hace inevitablemente polémica cualquier selección.[20]
El corpus de grandes obras de la cultura occidental no puede considerarse como una lista cerrada; incluso el núcleo europeo original de lo que se viene llamando mundo occidental comprende múltiples tradiciones culturales en diferentes idiomas, de manera que cualquier selección o antología suele estar influida por la propia capacidad de los que la elaboran para juzgar la valía o relevancia de cada obra u autor. Así, en las listas con pretensiones canónicas realizadas por intelectuales del mundo anglosajón, o las listas de lecturas universitarias de sus prestigiosas universidades, el número de obras de autores de su lengua supera en mucho al de cualquier otra; y lo mismo podría decirse de las instituciones de la cultura francesa, alemana, italiana, rusa o española. Cada cultura nacional genera su propio canon nacional, además de producir una versión diferente del canon occidental.[21]
El hecho de que no se incluyan dentro del canon occidental las obras de otras civilizaciones, por mucha importancia que hayan podido tener (orientales —china, japonesa—, africanas, americanas precolombinas), no deja de ser problemático. Eso hace que algunas prestigiosas selecciones, como la de Harold Bloom, incluyan parte de ellas, junto a obras de las civilizaciones del Próximo Oriente Antiguo (Gilgamesh, Libro de los muertos) y las altomedievales en lengua vernácula (Beowulf, Chanson de Roland, Cantar de mio Cid o el ciclo artúrico).[22]
Desde una postura relativista (relativismo cultural), se niega la universalidad de cualquier canon cultural, dado que depende del criterio de quien lo establece (sea un individuo o un grupo humano), contaminado por su época, su contexto ideológico y todo tipo de circunstancias, personales o sociales, reales o imaginarias, que susciten la creación de una identidad (racial, religiosa,[23] de clase, sexual,[24] etc.); de modo que el corpus del canon varíe en función de ellas. Desde una postura identificada con el perennialismo educativo (filosofía perenne), por el contrario, las creaciones humanas más sublimes deben tener validez universal.[25]
La historicidad del canon es difícilmente cuestionable, así como su continua revisión en el espacio público de una sociedad abierta, aun cuando quienes lo reforman o lo limitan pretendan impedir una nueva revisión. En realidad, no existe solamente un canon, sino un cruce entre muchos cánones de distinta genealogía:[26] el canon de la muchedumbre o, simplemente, del público mayoritario; las bibliotecas y antologías; el canon universitario; el canon del poder; la ruptura estética (el canon de autores y críticos modernos), el canon mestizo e intercultural al que ya se ha hecho referencia, por la colusión entre culturas mundializadas; así como el canon de las mujeres, fruto de la investigación durante las últimas décadas, a cargo de centenares de especialistas, sobre las obras olvidadas y marginadas de autoras en todas las lenguas, no solo europeas, por el hecho de ser mujeres.[27]